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"De palabras a pulgares", por Alejandro Cabrera

Decimoctavo artículo de La Libreta de adComunica, espacio quincenal de colaboración de las socias y los socios de la asociación en El Periódico Mediterráneo, publicado el 2 de octubre de 2025.

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Hubo un tiempo en que escribir una carta de amor era casi un ritual. Se elegía papel, se pensaban las palabras y, de paso, se practicaba caligrafía. Hoy, en cambio, podemos resumir una declaración con tres emojis: un corazón, una llama y una carita ruborizada. La evolución es evidente, de páginas enteras a un OK solitario que puede sonar más frío que la factura del taller. No es que antes todo fuese mejor, pero la lentitud nos obligaba a pensar, y pensando comunicábamos diferente.

Una llamada telefónica podía durar horas. Hoy, un audio de diez segundos resume vidas enteras. Escucharlo puede convertirse en una odisea: acelerar, rebobinar, volver a empezar… ¿Está en Valencia o en Palencia? La inmediatez nos ha vuelto eficaces, sí, pero también impacientes y, a veces, incomprensibles. Y si no respondes en cinco minutos, parece que el mundo se desmorona.

Interpretación
La economía del lenguaje nos deja a merced de la interpretación. ¿Qué significa exactamente un pulgar arriba? ¿Que estás de acuerdo, que no quieres seguir hablando o que no has entendido nada? Un gesto digital puede volverse arma de confusión. Lo que queríamos transmitir como amabilidad termina como «qué borde». Este es un desafío clásico de la comunicación moderna, ya que la brevedad, por sí sola, no garantiza claridad ni conexión.

En los grupos de WhatsApp familiares se libran auténticas batallas lingüísticas. Los abuelos reclaman frases completas, los padres se defienden con abreviaturas y los nietos responden con gifs. Todos hablan, pero a veces nadie se entiende. Quizás la clave esté en recordar que detrás de cada emoji sigue habiendo una persona. Que la risa escrita no suena igual que la risa real. Y que, aunque ese OK pueda reemplazar 20 palabras, nunca sustituirá la calidez de escucharlas en vivo. No se trata de volver a las cartas con sello ni de abandonar los audios. Se trata de rescatar el placer de comunicarnos sin prisas, aunque sea para decir lo mismo de siempre: «Te lo cuento mejor en persona».

* Consultor en comunicación

 

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